miércoles, 27 de octubre de 2010

¡Recoged naranjas, malditos!

El otro día pillé por televisión un programa de recortes. Primer error: no cambié de canal. Entre los videos supuestamente graciosos vi uno que me puso la carne de gallina.

En el vídeo (una cámara oculta) aparecía una calle amplia con algunas casas. Había también bastante gente. Por la calidad de la imagen y la vestimenta de la gente calculo que las imágenes fueron grabadas en la primera mitad de los noventa, quizá un poco más tarde, en alguna ciudad de Estados Unidos. Las personas que aparecen no van especialmente bien vestidas y más de la mitad son afroamericanos. No debe ser un barrio rico, exactamente.

Aparece una furgoneta que deja caer un montón de naranjas y sigue adelante. La gente se acerca rápidamente y empieza a cogerlas, intentando cargar la mayor cantidad posible. A la mayoría se les caen al suelo, o intentan ir hacia sus casas en posturas a cual más ridícula: Un señor intentando sostenerlas en los brazos sin conseguirlo, una señora entrada en carnes acumulándolas en el faldón de la camiseta y enseñando tripa, unas chicas intentando recoger del suelo las que se les han caído perdiendo las que todavía tenían en las manos…

No sé si la mente preclara a la que se le ocurrió la broma en cuestión se paró a pensar en que estaban humillando a un número considerable de personas aprovechándose de su necesidad y haciendo de esta un espectáculo. Ni si se planteó el hecho de que estaba arrebatándoles su dignidad para hacer un humor facilón, repulsivo y casposo.

Además de hacerme subir la bilis, el video me hizo acordarme de una buenísima película que trata de forma bastante más artística cómo puede hacerse de la desesperación entretenimiento. Se trata de la película Danzad, danzad, malditos, de Sydney Pollack.

Ambientada en la Gran Depresión, la historia gira en torno a una maratón de baile en la que el que aguante más tiempo bailando obtiene 1500 dólares de premio. El sufrimiento de gente desesperada, bailando día tras día en un recinto cerrado, al límite de su resistencia física y mental, se convierte en la diversión de algunos.

Espero haber contribuido a que lo pensemos dos veces antes de ridiculizar a los que sufren.

domingo, 24 de octubre de 2010

Nacer como víctimas


En principio, una noticia sobre violencia de género parece una noticia local, poco apropiada para una asignatura cuyo nombre incluye la palabra “mundial”. Pero la escala local de la existencia no es independiente de la escala mundial, de los fenómenos globales.

El asesinato sistemático de mujeres a manos de hombres es un fenómeno mundial, y se llama feminicidio. El feminicidio es el asesinato misógino de mujeres por parte de hombres, y también el conjunto de hechos violentos que se ejercen contra las mujeres y que, en ocasiones, culminan con el homicidio de niñas y mujeres.

No es un simple asesinato, como el que se pueda cometer a consecuencia de un robo. Se trata de situaciones en las cuales se acepta que las mujeres mueran como resultado de lo que en último término son prácticas, o al menos regulaciones, sociales. Es decir, que son prácticas marcadas por un ambiente ideológico misógino y patriarcal.

Este tipo de violencia contra las mujeres abarca desde la cirugía estética (que no deja de consistir en mutilar un cuerpo en nombre de un canon de belleza impuesto) hasta el asesinato, pasando por el hostigamiento sexual, la violación, la tortura, la mutilación genital, etc.

La mayor parte de las mujeres asesinadas, es decir, la mayor parte de las víctimas del feminicidio global mueren a manos de sus parejas en la culminación de un alarga cadena de abusos y agresiones. Por ejemplo, en el feminicidio de Ciudad Juárez, lo más probable es que más del 80% de las mujeres asesinadas hayan muerto a manos de sus parejas. Pero las autoridades minimizan estas cifras, las atribuyen a asesinos en serie e incluso culpabilizan a las víctimas. En el resto del mundo, la cosa no cambia. Los asesinatos se atribuyen a los celos, que a su vez se considera un sentimiento normal y una causa normal de violencia.

A esto hay que añadir otras prácticas homicidas, como el asesinato por honor, la lapidación, la mutilación genital femenina, la desprotección durante el embarazo y el aborto, los abortos selectivos, el infanticidio femenino, la violencia sexual en el conflicto armado y también fuera de él.

En algunos países se está promulgando un nuevo marco jurídico, pero no es suficiente. Las mujeres nacemos como víctimas, nos viene de serie. Por eso, si podemos, tenemos el derecho y el deber de dejar de serlo.

El hombre que creía que había muerto

El otro día salí con el cuento del Rey de los gatos, pensando que era el más raro que había leído nunca. Pero luego me acordé de otro que leí no se dónde y que está en pugna muy reñida con él. Se llama El hombre que creía que había muerto, y me parece una curiosa llamada contra la resignación:

Había una vez un hombre hipocondríaco. Vivía constantemente atemorizado por posibles enfermedades. Entre tantas ideas estrafalarias que le pasaban por la cabeza, un día se le ocurrió que podía haber muerto y no haberse dado cuenta. Fue, muy asustado, a decírselo a su mujer.
-         Cariño, creo que estoy muerto… ¿qué va a ser de ti ahora?
Su mujer, acostumbrada como estaba a sus desvaríos, se armó de paciencia para contestarle:
-         Mira, cielo, tócate las manos y los pies... ¿ves? Están templados. Si hubieras muerto, estarían fríos.
Satisfecho con esa explicación, el hombre olvidó aquel asunto.

Llegó el invierno y el hombre necesitó leña para la chimenea, así que se fue con su mula al monte a cortar algunos troncos. Cuando cogió el hacha se dio cuenta de que sus manos estaban frías, y le entró miedo.
-         Ahora sí… Esta es la definitiva… Estoy muerto… A ver, calma, calma, veamos los pies…
El hombre se sentó en la nieve, se quitó los zapatos y los calcetines y se tocó los pies. Estaban fríos.

Entonces supo que estaba muerto, y se dio cuenta de que cortar leña es una actividad muy poco apropiada para un muerto, así que se tumbó en la nieve y cruzó los brazos sobre el pecho ante la mirada asombrada de la mula.

Poco después llegó una jauría de lobos. Estaba siendo un invierno muy crudo, y tenían hambre. Empezaron a rondar a la mula, mirándola con avidez. El hombre, mientras tanto, pensaba “porque estoy muerto, que si no se iban a enterar de quién manda aquí… si no estuviera muerto ni se les ocurriría acercarse a mi mula…”.

Los lobos, viendo que nadie se lo impedía, se comieron a la mula. Todavía hambrientos, empezaron a caminar alrededor del hombre, sopesando si este era lo suficientemente apetitoso. El hombre, aún tumbado y quieto sobre la nieve, estaba indignado: “después de comerse a mi mula se atreven a acercarse a mí, será posible… si no estuviera muerto iban a ver, tienen suerte de que esté muerto y no pueda darles su merecido…”

Los lobos se acercaron y, viendo su inmovilidad… se lo comieron.

Desde mi punto de vista, este cuento viene a decirnos que, por muy mal que pensemos que nos van las cosas, o por muy difícil que nos parezca superar un problema, la resignación y la inmovilidad solo empeorarán la situación.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Nunca lo bastante buenos

PRETTY GOOD BOY
UN CHICO BASTANTE BUENO

There once was a pretty good student
Who sat in a pretty good class
And was taught by a pretty good teacher
Who always let pretty good pass.
He wasn’t terrific at reading,
He wasn’t a whiz-bang at math,
But for him, education was leading
Straight down a pretty good path.
He didn’t find school too exciting,
But he wanted to do pretty well,
And he did have some trouble with writing
Since nobody taught him to spell.
When doing arithmetic problems,
Pretty good was regarded as fine.
5+5 needn’t always add up to be 10;
A pretty good answer was 9.
The pretty good class that he sat in
Was part of a pretty good school,
And the student was not an exception:
On the contrary, he was the rule.
The pretty good school that he went to
Was there in a pretty good town,
And nobody there seemed to notice
He could not tell a verb from a noun.
The pretty good student in fact was
Part of a pretty good mob.
And the first time he knew what he lacked was
When he looked for a pretty good job.
It was then, when he sought a position,
He discovered that life could be tough,
And he soon had a sneaking suspicion
Pretty good might not be good enough.
The pretty good town in our story
Was part of a pretty good state
Which had pretty good aspirations
And prayed for a pretty good fate.
There once was a pretty good nation
Pretty proud of the greatness it had,
Which learned much too late,
If you want to be great,
Pretty good is, in fact, pretty bad.
Había una vez un estudiante bastante bueno
Que estaba en una clase bastante buena
Y le enseñaba una profesora bastante buena
Que siempre aprobaba bastante
No era tremendo leyendo
No era un genio de las matemáticas
Pero para él la educación era la puerta
Directa a un camino bastante bueno
La escuela no le parecía apasionante
Pero quería hacerlo bastante bien
Y tenía algunos problemas escribiendo
Porque nadie le había enseñado a deletrear
Cuando hacía problemas aritméticos
Bastante bueno era dado por bueno
5+5 no tenía por qué sumar 10
9 era una respuesta bastante buena
La clase bastante buena en la que se sentaba
Era parte de una escuela bastante buena
Y este estudiante no era una excepción
Por el contrario, era la regla
La escuela bastante buena a la que iba
Estaba en un pueblo bastante bueno
Y nadie parecía darse cuenta
De que no distinguía un verbo de un nombre
En realidad el estudiante bastante bueno
Era parte de una multitud bastante buena
Y la primera vez que vio que algo le faltaba
Fue cuando buscó un trabajo bastante bueno
Fue entonces, cuando buscaba un puesto
Cuando descubrió que la vida podría ser dura
Y pronto tuvo la ligera sospecha
De que bastante bueno podía no ser suficiente
La ciudad bastante buena de nuestra historia
Era parte de un Estado bastante bueno
Que tenía aspiraciones bastante buenas
Y rezaba por un destino bastante bueno
Había una vez un país bastante bueno
Bastante orgulloso de sus grandezas
Que aprendió demasiado tarde
Que si quieres estar entre los grandes
Bastante bueno es en realidad bastante malo

Este es un poema del autor norteamericano Charles Osgood. Lo encontré hace unas semanas por casualidad, mientras buscaba otra cosa que ahora no viene a cuento. Sé que una de sus posibles interpretaciones es que el autor recalcaba la importancia de la educación para el desarrollo económico de un país. Pero en ese momento a mí me llamaron la atención los dos últimos versos. Cuando los leí me acordé de una cosa que a veces me dice mi padre. Me dice que desde hace unos años para acá, lo habitual sobre todo en los jóvenes es hacer planes grandiosos.

Un estudiante de Periodismo de 18 años tiene en mente ser un futuro premio Pullitzer; una estudiante de Publicidad se ve a sí misma como la futura directora del departamento creativo de una gran empresa; un estudiante de Económicas se ve como un gran empresario o quizá como consejero o directivo de una gran compañía. Y se ven a sí mismos en la cresta de la ola de la grandeza, cogiendo una gran porción de la tarta.

Pero somos muchos, y para que uno llegue a estar entre esos pocos elegidos, otros muchos tendrán que conformarse con las migajas de la tarta. El problema es que nadie quiere las migajas. Así que afilamos las uñas y nos convertimos en cabrones sin escrúpulos y zorras implacables (aquí hay para todos), dispuestos a destripar vivo al que tenemos al lado con tal de escalar un par de puestos en la cola del reparto del pastel.

Si no nos dejáramos obnubilar por sueños de grandeza podríamos intentar repartir mejor esa tarta, de forma que hacer tu parte (la que sea) bastante bien fuera suficiente para recibir una buena ración. Cuánto más satisfecha se sentiría la gran mayoría de la gente, sabiendo que su trabajo es reconocido (y no despreciado), y cuánto más se aplicarían en su realización, sabiendo que es parte de una red de interdependencia mucho mayor que facilita la vida a los demás (y no un indigno escalón que trepar lo antes posible).

Vale que es utópico y poco realista, tal y como está el panorama. Si ya lo sé. Pero prefiero pensar en que las cosas podrían ser así, y que el hombre no es necesariamente un lobo para el hombre. Porque si no, puede que yo también afile mis uñas y…

domingo, 17 de octubre de 2010

Otra de sistema educativo


Y con esta van… a saber. Hace tiempo que perdí la cuenta. Ahora salen con que es la brecha tecnológica lo que explica el fracaso escolar y la general desafección por la educación que padecen los jóvenes (siempre según sus datos).

A veces me pregunto de dónde sacan las ideas. También me lo pregunto con los novelistas de ciencia ficción, qué coincidencia, ¿verdad? Tras mucho reflexionar sobre ello (bueno, no tanto), me siento tentada a concluir que estos estudiosos provienen de otro planeta. Ya está.

Pero sospecho que ese razonamiento no da mucho de sí. A lo mejor lo que pasa es que los que estudian estas cosas hace mucho que dejaron de ser adolescentes. Y supongo que las condiciones sociales de existencia en las que lo fueron distan mucho de parecerse a las actuales.

Yo todavía guardo casi intactos mis recuerdos de la época del instituto, y son de galería de terror. Durante los dos últimos años de la E.S.O (con 14 y 15 años) me aburrí más que nunca en mi vida. Éramos demasiados en clase, unos 35, así que era difícil mantener la atención de todos, y nos aburríamos. Teníamos profesores que llegaban y copiaban la lección en la pizarra a un ritmo exasperantemente lento, y nos aburríamos. Cuando tocaba ordenadores o subir al laboratorio la descoordinación era total, y nos aburríamos. De un año para otro los programas eran muy repetitivos, y nos aburríamos (oír durante años las mismas cosas es lo que tiene, que aburre). Este cúmulo de aburrimiento convertía pasar de curso en un trámite. Su propio nombre lo indica, “pasar-de-curso”.  

Por no hablar del desierto mundo exterior al instituto. Con la puta tele constantemente haciéndote creer que para ser feliz tienes que salir, consumir, vivir el momento, consumir, no pensar en el mañana, consumir, estar a la última, consumir, rechazar las normas (¿cuáles?, me preguntaba ya entonces), consumir… es difícil estar satisfecho con tu propia vida.

A esto yo añadiría la excesiva presión grupal a la que nos veíamos sometidos. Había una vigilancia escrupulosa y constante del comportamiento de todos y cada uno, por parte de los mismos compañeros. Las pautas de consumo impuestas a los adolescentes establecen unos mínimos aceptables demasiado altos para la mayoría. Es decir, que cuesta demasiado esfuerzo adaptarse a un grupo cuyas reglas no las crea el propio grupo, sino pautas de consumo que viene del exterior. En pocas palabras, que nos tratábamos con abierta crueldad por motivos que ni siquiera entendíamos.

Para la mayoría supongo que fue un proceso difícil, y cada cual lo superó de la manera que supo, pudo o quiso. Algunos se concentraron en los estudios, en diferentes grados, e incluso algunos llegaron a convertirse en lo que yo llamo psicópatas competitivos. Otros pusimos nuestras esperanzas en la Universidad, con mayor o menor acierto. Otros salieron por pies al cumplir los 16; con sus primeros empleos reunían más dinero que todos los demás juntos, así que podían comprarse una moto y ser los reyes del lugar. Otros, lamentablemente, desarrollaron graves problemas con el alcohol y las drogas.

Me parece que la brecha tecnológica es el menor de los problemas del sistema educativo.

Ah, por cierto, lo de que no se tratan conceptos que se usen en los futuros puestos de trabajo como explicación para la desmotivación es un chiste. Y los patrocinadores del estudio, otro.

viernes, 15 de octubre de 2010

El cuento más raro que he leído nunca...

… se llama El rey de los gatos, es un cuento popular inglés, está contado desde el punto de vista de un enterrador, y dice así:

Supongo que puedo decir que tengo suerte. Tengo muchos amigos y vecinos que ahora mismo se encuentran sin trabajo. Otros se van a jubilar anticipadamente. Al menos la gente me necesita. Y lo hará siempre.

En fin, no todo es bueno. Nadie te da las gracias, y tus únicos compañeros son los pájaros y las flores viejas. En otras palabras, estás completamente solo. Vives extrañas experiencias, puedo asegurarlo, ¡extrañas y maravillosas!

Un día de verano estaba trabajando y decidí tomarme un descanso. Tomé un tentempié y me sentí tan cansado que supongo que me quedé dormido. Me despertó el maullido de un gato, “¡miau!”. Cuando abrí los ojos vi que era de noche y que estaba tumbado en el fondo del hoyo.

Me asomé por encima del borde y, ¿sabéis lo que vi? Nueve gatos negros con el pecho blanco que llevaban a hombros un ataúd forrado de terciopelo negro. Sobre el terciopelo reposaba una pequeña corona de oro. Cada tres pasos los gatos hacían una pausa y maullaban solemnemente. Al llegar a la fosa se detuvieron, y el gato más grande, el que iba al frente de la comitiva, se dirigió a mí.

“Dile a Dildrum que ha muerto Doldrum” me dijo.

En cuanto los gatos desaparecieron de mi vista salí trepando de la tumba y corrí hasta casa. Allí me esperaba mi esposa, nuestra pareja de canarios piando en su jaula y nuestro viejo gato Sam tumbado en la alfombra. Me senté junto a mi esposa y le conté lo que me había pasado.

“… y entonces me dijo que le dijera a Dildrum que había muerto Doldrum. ¿Cómo voy yo a saber quién es Doldrum? Pero es lo que me ha dicho, ni más ni menos “Dile a Dildrum que ha muerto Doldrum””.

El viejo Sam se levantó y empezó a dar vueltas en torno a mí, mirándome fijamente. De pronto se hinchó todo y chilló:

“¿Doldrum, el viejo Doldrum, ha muerto? ¡Entonces yo soy el rey de los gatos!”

Entonces subió por el tiro de la chimenea y desapareció. No le he vuelto a ver.

domingo, 10 de octubre de 2010

Yo soy el Universo

“Yo soy el Universo”
Morihei Ueshiba

A primera vista, esta frase parece el fruto de los delirios de un ególatra. Yo soy el Universo, ni más ni menos. Sin parar a reflexionar, cualquiera podría decir que se trata de la máxima de los tiempos que nos ha tocado vivir, los tiempos del individuo encerrado en sí mismo, que mantiene con los demás relaciones únicamente instrumentales y que sólo piensa en su propio beneficio.

Pero, ¿qué pasa si le damos la vuelta? “Yo soy el Universo” es lo mismo que decir “El Universo soy yo”. Y eso es lo mismo que decir que cada persona, animal planta e incluso objeto del Universo forma parte de ti mismo. Y que cualquier daño que se les produzca a ellos, cualquier injusticia que se perpetre contra ellos, te afecta también a ti porque son parte de ti y tú eres parte de ellos.

El autor de esta frase, Morihei Ueshiba, fue el fundador del aikido (en japonés algo parecido a “camino de la armonía entre energías”), un arte marcial japonés no agresivo, y también fue un gran pensador. En nuestra cultura las artes marciales y la filosofía parecen incompatibles, porque en general solo entendemos las primeras como una forma de dominación sobre los demás, como una forma de imponerse por la fuerza sobre los otros.

Ueshiba, y por extensión el aikido, recibió una gran influencia del neosintoísmo. Es una religión oriental de corte animista, es decir, que presupone que todo tiene su propia alma. De ahí que tanto Ueshiba como el aikido predicaran sobre esa armonía de energías que comentaba antes.

En la práctica marcial, que tú seas el Universo y que el Universo seas tú tiene varias implicaciones. La primera de ellas es que tienes el derecho y el deber de defenderte ante un ataque. El ataque supone un daño contra ti, contra el Universo ya que eres parte de él y contra el propio atacante. El atacante también es parte del Universo, y si te produce algún daño a ti también se está produciendo un daño a sí mismo. Es decir, que los dos formáis parte de un mismo todo.

Esto nos conduce a la segunda implicación. Que dado que el que te ataca es parte de ti porque es parte del Universo, el derecho y el deber de defenderte no te permite hacerle daño. Sigue así la lógica de la no confrontación y la no resistencia, y busca aunar la energía del que ataca con la tuya propia para convertir el ataque en armonía.

Ayer debía haber sido el 70 cumpleaños de John Lennon, así que dejo una reflexión sobre la paz y la no violencia.

lunes, 4 de octubre de 2010

El derecho al aborto: Una historia de hipocresía


Parece ser, según esta noticia, que cada Comunidad Autónoma está aplicando la nueva ley del aborto un poco como le sale de la ideología y de los presupuestos.

Al margen del debate sobre la moralidad o inmoralidad del aborto, en el que no voy a entrar, siempre me ha resultado especialmente molesta la hipocresía que destilan los antiabortistas cuando ignoran completamente las cuestiones de clase relacionadas con el derecho a abortar. Apelan a tiempos mejores (cuando no se habían perdido los valores, según ellos) o sugieren con más o menos sutileza que eso de abortar es de chicas perdidas, que hay que inculcar castidad, como ellos hacen con sus hijas. Por eso he decidido trazar una pequeña cronología.

Galicia, años treinta. Mi bisabuela es conocida en su pueblo porque sabe un remedio. Les contó a mis tías que consistía en dejar garbanzos en agua una noche y beber esa agua a la mañana siguiente. En cinco días debería bajarte el periodo. Sospecho que mi bisabuela se guardaba algo en la manga que no quiso contar a sus nietas.

Madrid, años cuarenta. En esta ciudad se pasa más hambre que en galeras. Mi abuela me cuenta que su vecina de arriba se introducía hasta el útero una aguja de tejer cuando tenía un retraso. Mientras tanto, el nacionalcatolicismo daba el rollo a las mujeres sobre las bondades de la maternidad y la familia.

Madrid, años setenta. En el barrio muchas chicas conocen a mi tía, y saben que ella “conoce a un médico”. Uno que no utiliza perchas ni radios de bicicleta. Mientras tanto, las niñas bien viajan a Londres, donde es muy improbable que cojan septicemia.

Madrid, años ochenta. La clínica Dator se convierte en un icono. Mi tía acompaña a una amiga de mi primo, cuyos padres no pueden saber que está embarazada.

España, 1990. Póntelo, pónselo. Y se echan las manos a la cabeza.

Madrid, 2008. A una amiga mía le toca el premio gordo. Cuesta 400 euros y montarle un teatro convincente al psicólogo. Una señora me aborda en el metro y trata de colocarme un discurso y, de regalo, un llavero con forma de feto que da miedo.

Madrid, 2009. Una conocida me dice, muy satisfecha, que su madre está en contra del aborto pero que si a ella “le sucediera” lo aceptaría para que no perjudicara a su carrera. ¿Y las que no tienen carrera?, ¿esas no deciden?, ¿se da cuenta del clasismo que se desprende de sus palabras y de su gesto?

Ni tiempos mejores (no sé para quién), ni castidad, ni defensa de la familia. Se pongan como se pongan, y sin entrar en si el aborto es un derecho o un asesinato, nadie que quiera pasar por honesto puede tratar de imponer una norma para que la cumplan otros y mientras tanto… viajar a Londres.

El banco hundido y la muela de Heesi


Otro banco que se hunde, dispara la deuda pública en concepto de inyecciones de ayuda y deja por los suelos la economía de un país. Esta vez Irlanda. Crisis financiera y recortes sociales, nos piden a todos que nos apretemos el cinturón.

Como mis conocimientos de sociología y/o de economía son un poco escasos para meterme en estos jardines, voy a contar un cuento que me parece que podría servir de metáfora para esta crisis. El cuento se titula “La muela de Heesi”, y es un cuento popular de una región llamada Carelia, que se sitúa entre Finlandia y Rusia, junto al mar Blanco.

En un pueblo de Carelia cercano al mar Blanco vivía un pescador muy pobre. Tenía un primo muy rico que era comerciante de sal. El día de Navidad, el pescador pobre vio que no había nada en su casa para alimentar a sus hijos. Desesperado, fue a pedir comida a casa de su primo rico. Este le abrió con muy malos modos, y poniéndole una pezuña de vaca en las manos, le espetó:
-    ¡Vete de aquí, y no vuelvas!, ¡vete al diablo!

El pobre, además de pobre, era inocente, así que se dirigió al bosque a buscar al diablo. Si su primo le mandaba, debía de ser por algo. Después de buscar durante mucho tiempo sin encontrarlo, encontró una cabaña que, por su tamaño, no podía ser más que del diablo. En el letrero de la puerta, ponía “Bienvenido a la cabaña del ogro Heesi, el diablo”. El pescador llamó a la puerta y entró, muy satisfecho.

Cuando el pescador entró en la cabaña vio a Heesi sentado, con sus seis metros y medio de altura, encima de la chimenea. Tenía una larga barba blanca y un solo diente enorme y amarillo. Heesi le tendió la mano al pescador y este le ofreció una vara de abedul. Heesi estrechó la vara y la redujo a astillas. El pescador estaba muy asustado.
-    ¡Un forastero!, ¿qué te trae a la cabaña de Heesi? – le preguntó.
-    Vengo con esta pezuña de vaca – dijo el pescador.
-    ¡Una pezuña de vaca!, ¡muchas gracias! Todo el mundo me dice que me va a traer comida, pero nadie es nunca lo suficientemente valiente como para acercarse – contestó el ogro, mirando la pezuña con avidez – Has demostrado mucho valor, debería darte un premio. Recuerda que soy el diablo, puedo darte todo lo que desees.
-    Quiero esa muela que tienes ahí – dijo el pescador, señalando a la pared.
-    ¿Mi muela mágica?, ¿estás seguro de que no quieres alguna otra cosa…? – el pescador negó con la cabeza – Muy bien. Debes saber que esta muela es muy especial. Te dará todo lo que le pidas. Sólo debes decir las palabras, “¡muele, muela, muele!” y ya está. Cuando quieras pararla, debes decir “¡detente, muela!” y se detendrá.
-    Muchas gracias, ogro Heesi. Mi familia ya no volverá a tener hambre nunca más.

El pescador llegó a su casa y, ante la mirada sorprendida de su familia, puso la muela en la mesa y pronunció las palabras mágicas. Entonces la muela empezó a girar, haciendo aparecer delante de ellos una suculenta comida de Navidad. El pescador dijo las otras palabras, y la muela paró. La familia del pescador estaba muy alegre.

En ese momento estaba el primo rico por las proximidades, y se acercó a casa del pescador, esperando internamente poder reírse de él. Era tan estúpido y tan pobre… Pero cuando llegó a la casa y vio el banquete que tenía montado su primo, montó en cólera.
-    ¿Cómo te atreves a venir a mendigar comida a mi casa, teniendo la mesa llena?
-    ¡Ah, es que me ha ocurrido algo increíble! Fui con la pezuña de vaca a casa del diablo, como tú me dijiste, y me dio esta muela mágica… Sólo tienes que decir, “¡muele, muela, muele!” y entonces…
Pero para entonces el primo rico ya había “cogido prestada” la muela y salía por la puerta con los ojos como platos.

El primo rico se montó en su barca, remó mar adentro y dijo las palabras mágicas. Si la muela le daba toda la sal que él le pidiera, se haría todavía más rico. Se convertiría en el comerciante más poderoso de la región. Ya se podía ver, engalanado con los mejores encajes y brocados… Cuando la sal ya le llegaba por las rodillas, decidió parar la muela:
-    ¡Para, muela!, ¡para!, ¡soooooo!, ¡quieta, te digo que pares!
Pero nada funcionaba, y la sal le llegaba ya a la altura del ombligo. Finalmente, la barca acabó volcando, y el peso de la sal arrastró al primo del pescador al fondo del mar. La muela, por su parte, siguió dando vueltas y esparciendo sal bajo el agua.

Y el pescador nunca más volvió a ver su muela.

Me llevo acordando de este cuento desde que por primera vez algún iluminado decidió que la culpa de la crisis recaía en que “nos habíamos acostumbrado a vivir demasiado bien”, porque era muy fácil pedir créditos. Años de mileurismo, precariedad e hipotecas a cuarenta años… nosotros sí que sabemos darnos la buena vida, no esos pobres tiburones financieros, agobiados por sus Porsches y mansiones, y por sus cuentas en Suiza. A mí me da la sensación de que, a su manera, ellos accionaron la muela de Heesi, se les ha ido de las manos y nos están hundiendo con todo el equipo.

Vale que el pescador fue el que cogió la muela al diablo (porque su primo había sido demasiado miserable como para invitarle a comer, por otra parte), pero solo la utilizó para alimentar a su familia. El que tuvo la absurda idea de accionarla en medio del mar para hacerse asquerosamente rico fue… el que ya era rico.

¿Cómo se reparten las culpas y las consecuencias?

domingo, 3 de octubre de 2010

Prólogo: Luces y sombras de mi paso por la Universidad

En primer lugar he de decir que yo jamás hubiera creado un blog por voluntad propia, así en plan espontáneo. Sé que el resto de mi generación trasladó su vida social a Internet hace tiempo, pero yo en ese momento debía de estar a otras cosas. Es que en realidad… soy de otra época (mentira, pero justifica la decoración del blog). Esto lo hago porque lo pide el profesor. Bueno, no sé si lo pide o lo sugiere pero el fondo es el mismo. Que iniciativa propia… pues no es. Pero tampoco me voy a poner ahora quisquillosa, que lo mismo esto me abre los ojos y empiezo a ver las posibilidades de Internet. Por otra parte, supongo que esa es la intención.

En fin, que la primera entrada va a resumir lo bueno y lo malo que yo he encontrado en los tres años que llevo en la Universidad. Y en dos facultades diferentes. Resulta que yo no creo en el sistema educativo, por experiencia y también por motivos ideológicos. Y las personas que de verdad se creen lo que se dice de él suelen darme mucho miedo.

Desde mi punto de vista se aplicaría la siguiente máxima: “¿Tener un piano te hace pianista? No. Pues tener un título no te hace… bueno, no te hace nada”. Todos se echan las manos a la cabeza porque la gente no sale formada de la Universidad, y demás. Si nos ponemos estrictos, tener una carrera es sinónimo de haber aprobado unos exámenes y/o trabajos. Y eso no implica necesariamente haber adquirido un conocimiento profundo de tu especialidad. Lo que quiero decir es que me parece muy ingenuo pensar que en ocho meses (como mucho) de… Estructura Social Contemporánea, o de cualquier otra materia, puedas salir de clase hablando con el aplomo de… qué sé yo, Erik Ollin Wright, por ejemplo.

Yo lo único que espero del sistema universitario es encontrar buenos o relativamente buenos profesores que me proporcionen alguna de estas tres cosas: 1. Líneas básicas de pensamiento. 2. Una buena bibliografía. 3. Herramientas para comprender. Lo demás es cosa mía o nuestra, y creo que esa es una de las principales diferencias entre las carreras de letras y las de ciencias (aunque puede que esté equivocada).

Y en ocasiones he encontrado estas tres cosas, lo que me ha hecho sentir muy satisfecha y agradecida: A la profesora que me enseñó a comprender un libro, al que me enseñó a exponer un argumento, a la que me enseñó a escribir un artículo, al que me enseñó a despedazar y comprender un texto, a los compañeros con los que he debatido y discutido también… Retrospectivamente, ahora me siento más capaz que hace tres años, en muchos sentidos.

Ahora que también me encontrado cada personaje que… para echarles de comer aparte (o como dice un amigo mío, para NO echarles de comer). Tuve una profesora que llegaba, ponía diapositivas y después… francamente, ni me acuerdo. Era tan monótona que desconectaba. Tedioso. Aburrido. Que si dijeras “Bueno… vaya tostón. Me voy a otro lado” pues todavía tendría un pase. Pero no. Ahí tenías que aguantar tu hora y media de diapositivas para firmar el papelito y que no te suspendiera por la asistencia. Vamos a ver, eso es una estafa clarísima. Obligas a la gente a ir a clase para poder despreocuparte de hacer sesiones interesantes y poder matar a las ovejas de aburrimiento.

Ya no somos niños, somos adultos. Que en ocasiones, pues no lo parece. Si ya lo sé… Pero lo somos. Y a mí, particularmente, que me persigan con la hoja de asistencias o con los trabajos semanales no me motiva lo más mínimo. De hecho, a veces tengo pesadillas con eso. Me motiva salir de clase y tener la sensación de haber comprendido algo nuevo.

A ver, que los estudiantes tampoco nos libramos. Que también tenemos cada cosa que… Recuerdo que en mi primer año una chica me preguntó si Lenin era comunista o anticomunista. Así, sin doble sentido ni nada. El año pasado había una pintada en el pasillo del sótano que decía “El profesor bosteza y tú lo apuntas y preguntas si entra para examen”. Y tenía mucha razón. Que pensamos que sentándonos en clase las horas correspondientes, como si fuéramos figuritas, el conocimiento nos va a venir por ciencia infusa. Y si no viene… pues tampoco nos importa, para qué engañarnos.

¿Qué haría yo para solucionarlo? Está la solución obvia: acabar con el sistema que ha convertido la Universidad en una fábrica de precarios en serie (y de psicópatas competitivos, que también los hay). Pero veo que mi idea tiene relativamente pocos partidarios… una lástima. Como veo que mi idea por el momento no va a materializarse, estaría bien empezar por sacar a la Universidad de la miseria. Deprime, y a la vez da mucha risa, que un profesor te diga que no dan el programa en papel porque no hay dinero para fotocopias. Y estar en un acto, que se raje el techo y empiece a caer agua, ya es una cosa fuera de serie.

Y luego… pues estamos los profesores y los estudiantes, sin más. Que lo mismo si hacemos un esfuerzo por no caer en las dinámicas francamente mediocres que se nos presentan constantemente, dejamos esto un poco más arreglado de lo que estaba cuando entramos. Y si para eso hace falta crear un blog… pues qué remedio.