lunes, 4 de octubre de 2010

El banco hundido y la muela de Heesi


Otro banco que se hunde, dispara la deuda pública en concepto de inyecciones de ayuda y deja por los suelos la economía de un país. Esta vez Irlanda. Crisis financiera y recortes sociales, nos piden a todos que nos apretemos el cinturón.

Como mis conocimientos de sociología y/o de economía son un poco escasos para meterme en estos jardines, voy a contar un cuento que me parece que podría servir de metáfora para esta crisis. El cuento se titula “La muela de Heesi”, y es un cuento popular de una región llamada Carelia, que se sitúa entre Finlandia y Rusia, junto al mar Blanco.

En un pueblo de Carelia cercano al mar Blanco vivía un pescador muy pobre. Tenía un primo muy rico que era comerciante de sal. El día de Navidad, el pescador pobre vio que no había nada en su casa para alimentar a sus hijos. Desesperado, fue a pedir comida a casa de su primo rico. Este le abrió con muy malos modos, y poniéndole una pezuña de vaca en las manos, le espetó:
-    ¡Vete de aquí, y no vuelvas!, ¡vete al diablo!

El pobre, además de pobre, era inocente, así que se dirigió al bosque a buscar al diablo. Si su primo le mandaba, debía de ser por algo. Después de buscar durante mucho tiempo sin encontrarlo, encontró una cabaña que, por su tamaño, no podía ser más que del diablo. En el letrero de la puerta, ponía “Bienvenido a la cabaña del ogro Heesi, el diablo”. El pescador llamó a la puerta y entró, muy satisfecho.

Cuando el pescador entró en la cabaña vio a Heesi sentado, con sus seis metros y medio de altura, encima de la chimenea. Tenía una larga barba blanca y un solo diente enorme y amarillo. Heesi le tendió la mano al pescador y este le ofreció una vara de abedul. Heesi estrechó la vara y la redujo a astillas. El pescador estaba muy asustado.
-    ¡Un forastero!, ¿qué te trae a la cabaña de Heesi? – le preguntó.
-    Vengo con esta pezuña de vaca – dijo el pescador.
-    ¡Una pezuña de vaca!, ¡muchas gracias! Todo el mundo me dice que me va a traer comida, pero nadie es nunca lo suficientemente valiente como para acercarse – contestó el ogro, mirando la pezuña con avidez – Has demostrado mucho valor, debería darte un premio. Recuerda que soy el diablo, puedo darte todo lo que desees.
-    Quiero esa muela que tienes ahí – dijo el pescador, señalando a la pared.
-    ¿Mi muela mágica?, ¿estás seguro de que no quieres alguna otra cosa…? – el pescador negó con la cabeza – Muy bien. Debes saber que esta muela es muy especial. Te dará todo lo que le pidas. Sólo debes decir las palabras, “¡muele, muela, muele!” y ya está. Cuando quieras pararla, debes decir “¡detente, muela!” y se detendrá.
-    Muchas gracias, ogro Heesi. Mi familia ya no volverá a tener hambre nunca más.

El pescador llegó a su casa y, ante la mirada sorprendida de su familia, puso la muela en la mesa y pronunció las palabras mágicas. Entonces la muela empezó a girar, haciendo aparecer delante de ellos una suculenta comida de Navidad. El pescador dijo las otras palabras, y la muela paró. La familia del pescador estaba muy alegre.

En ese momento estaba el primo rico por las proximidades, y se acercó a casa del pescador, esperando internamente poder reírse de él. Era tan estúpido y tan pobre… Pero cuando llegó a la casa y vio el banquete que tenía montado su primo, montó en cólera.
-    ¿Cómo te atreves a venir a mendigar comida a mi casa, teniendo la mesa llena?
-    ¡Ah, es que me ha ocurrido algo increíble! Fui con la pezuña de vaca a casa del diablo, como tú me dijiste, y me dio esta muela mágica… Sólo tienes que decir, “¡muele, muela, muele!” y entonces…
Pero para entonces el primo rico ya había “cogido prestada” la muela y salía por la puerta con los ojos como platos.

El primo rico se montó en su barca, remó mar adentro y dijo las palabras mágicas. Si la muela le daba toda la sal que él le pidiera, se haría todavía más rico. Se convertiría en el comerciante más poderoso de la región. Ya se podía ver, engalanado con los mejores encajes y brocados… Cuando la sal ya le llegaba por las rodillas, decidió parar la muela:
-    ¡Para, muela!, ¡para!, ¡soooooo!, ¡quieta, te digo que pares!
Pero nada funcionaba, y la sal le llegaba ya a la altura del ombligo. Finalmente, la barca acabó volcando, y el peso de la sal arrastró al primo del pescador al fondo del mar. La muela, por su parte, siguió dando vueltas y esparciendo sal bajo el agua.

Y el pescador nunca más volvió a ver su muela.

Me llevo acordando de este cuento desde que por primera vez algún iluminado decidió que la culpa de la crisis recaía en que “nos habíamos acostumbrado a vivir demasiado bien”, porque era muy fácil pedir créditos. Años de mileurismo, precariedad e hipotecas a cuarenta años… nosotros sí que sabemos darnos la buena vida, no esos pobres tiburones financieros, agobiados por sus Porsches y mansiones, y por sus cuentas en Suiza. A mí me da la sensación de que, a su manera, ellos accionaron la muela de Heesi, se les ha ido de las manos y nos están hundiendo con todo el equipo.

Vale que el pescador fue el que cogió la muela al diablo (porque su primo había sido demasiado miserable como para invitarle a comer, por otra parte), pero solo la utilizó para alimentar a su familia. El que tuvo la absurda idea de accionarla en medio del mar para hacerse asquerosamente rico fue… el que ya era rico.

¿Cómo se reparten las culpas y las consecuencias?

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