PRETTY GOOD BOY | UN CHICO BASTANTE BUENO |
There once was a pretty good student Who sat in a pretty good class And was taught by a pretty good teacher Who always let pretty good pass. He wasn’t terrific at reading, He wasn’t a whiz-bang at math, But for him, education was leading Straight down a pretty good path. He didn’t find school too exciting, But he wanted to do pretty well, And he did have some trouble with writing Since nobody taught him to spell. When doing arithmetic problems, Pretty good was regarded as fine. 5+5 needn’t always add up to be 10; A pretty good answer was 9. The pretty good class that he sat in Was part of a pretty good school, And the student was not an exception: On the contrary, he was the rule. The pretty good school that he went to Was there in a pretty good town, And nobody there seemed to notice He could not tell a verb from a noun. The pretty good student in fact was Part of a pretty good mob. And the first time he knew what he lacked was When he looked for a pretty good job. It was then, when he sought a position, He discovered that life could be tough, And he soon had a sneaking suspicion Pretty good might not be good enough. The pretty good town in our story Was part of a pretty good state Which had pretty good aspirations And prayed for a pretty good fate. There once was a pretty good nation Pretty proud of the greatness it had, Which learned much too late, If you want to be great, Pretty good is, in fact, pretty bad. | Había una vez un estudiante bastante bueno Que estaba en una clase bastante buena Y le enseñaba una profesora bastante buena Que siempre aprobaba bastante No era tremendo leyendo No era un genio de las matemáticas Pero para él la educación era la puerta Directa a un camino bastante bueno La escuela no le parecía apasionante Pero quería hacerlo bastante bien Y tenía algunos problemas escribiendo Porque nadie le había enseñado a deletrear Cuando hacía problemas aritméticos Bastante bueno era dado por bueno 5+5 no tenía por qué sumar 10 9 era una respuesta bastante buena La clase bastante buena en la que se sentaba Era parte de una escuela bastante buena Y este estudiante no era una excepción Por el contrario, era la regla La escuela bastante buena a la que iba Estaba en un pueblo bastante bueno Y nadie parecía darse cuenta De que no distinguía un verbo de un nombre En realidad el estudiante bastante bueno Era parte de una multitud bastante buena Y la primera vez que vio que algo le faltaba Fue cuando buscó un trabajo bastante bueno Fue entonces, cuando buscaba un puesto Cuando descubrió que la vida podría ser dura Y pronto tuvo la ligera sospecha De que bastante bueno podía no ser suficiente La ciudad bastante buena de nuestra historia Era parte de un Estado bastante bueno Que tenía aspiraciones bastante buenas Y rezaba por un destino bastante bueno Había una vez un país bastante bueno Bastante orgulloso de sus grandezas Que aprendió demasiado tarde Que si quieres estar entre los grandes Bastante bueno es en realidad bastante malo |
Este es un poema del autor norteamericano Charles Osgood. Lo encontré hace unas semanas por casualidad, mientras buscaba otra cosa que ahora no viene a cuento. Sé que una de sus posibles interpretaciones es que el autor recalcaba la importancia de la educación para el desarrollo económico de un país. Pero en ese momento a mí me llamaron la atención los dos últimos versos. Cuando los leí me acordé de una cosa que a veces me dice mi padre. Me dice que desde hace unos años para acá, lo habitual sobre todo en los jóvenes es hacer planes grandiosos.
Un estudiante de Periodismo de 18 años tiene en mente ser un futuro premio Pullitzer; una estudiante de Publicidad se ve a sí misma como la futura directora del departamento creativo de una gran empresa; un estudiante de Económicas se ve como un gran empresario o quizá como consejero o directivo de una gran compañía. Y se ven a sí mismos en la cresta de la ola de la grandeza, cogiendo una gran porción de la tarta.
Pero somos muchos, y para que uno llegue a estar entre esos pocos elegidos, otros muchos tendrán que conformarse con las migajas de la tarta. El problema es que nadie quiere las migajas. Así que afilamos las uñas y nos convertimos en cabrones sin escrúpulos y zorras implacables (aquí hay para todos), dispuestos a destripar vivo al que tenemos al lado con tal de escalar un par de puestos en la cola del reparto del pastel.
Si no nos dejáramos obnubilar por sueños de grandeza podríamos intentar repartir mejor esa tarta, de forma que hacer tu parte (la que sea) bastante bien fuera suficiente para recibir una buena ración. Cuánto más satisfecha se sentiría la gran mayoría de la gente, sabiendo que su trabajo es reconocido (y no despreciado), y cuánto más se aplicarían en su realización, sabiendo que es parte de una red de interdependencia mucho mayor que facilita la vida a los demás (y no un indigno escalón que trepar lo antes posible).
Vale que es utópico y poco realista, tal y como está el panorama. Si ya lo sé. Pero prefiero pensar en que las cosas podrían ser así, y que el hombre no es necesariamente un lobo para el hombre. Porque si no, puede que yo también afile mis uñas y…
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